Praxis

El producto es el proceso

Parte III de la serie “Insinuaciones Hacia una Sociocracia de Liberación”
Lee la parte I aquí y la parte II aquí

“−Escribimos la palabra sobre la superficie de la tierra con el largo camino que recorremos. Por eso no nos quedamos en ningún sitio.

−Ah, −dijo la dama− ¿entonces sabéis siempre a dónde tenéis que ir? 

−No, nos dejamos guiar. 

−¿Y quién o qué os guía?

−La palabra”.

– Michael Ende, El Espejo en el Espejo

 

En las entradas anteriores de esta serie hablamos del círculo como abrazo colectivo y del poder afectivo como posibilidad de acción. Ambas son convicciones profundamente conmovedoras y de intenso potencial transformativo. Pero cuando miramos por la ventana nos damos cuenta de que la realidad allá afuera es otra.

Vivimos en un mundo donde el poder no está configurado de forma tal que satisfaga nuestras necesidades. No solo no satisface nuestras necesidades, sino que inhibe nuestra capacidad de satisfacerlas, atentando contra la vida misma.

Los dispositivos de poder que organizan el mundo en dicotomías de opresores y oprimidos nos atraviesan transversalmente como seres y operan en diversas escalas: desde lo individual o más micro posible, hasta lo global, planetario o más macro posible, pasando por lo grupal, lo organizativo y todos los matices intermedios. Los sistemas de opresión (como el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado), basados en la creencia de que un ser es inherentemente más valioso que otro, le han dado forma a nuestro mundo y a nosotros mismos como sujetos, instaurando patrones (muchas veces incluso inscritos en nuestros cuerpos) que se auto-replican y por ende son tan difíciles de romper y de transformar.

Nos pronunciamos en contra de todos esos sistemas de opresión que estriban en un entendimiento jerárquico y opresor del poder y que en su violencia atentan contra la vida. Planteamos la promoción del consentimiento en todos los niveles de la sociedad como una contrapropuesta, como una posibilidad (entre tantas) de satisfacer más efectivamente nuestras necesidades individuales y colectivas, y así, poder actuar en servicio de la vida.

Si queremos cambiar los sistemas de poder que actualmente rigen el mundo e instaurar otros que faciliten la satisfacción de nuestras necesidades en servicio de la vida, necesitamos practicar. Tenemos años de experiencia acumulados en los patrones de poder que nos son dolorosos y no nos sirven. Si queremos aprender otras formas de ser tenemos que darnos el tiempo de practicarlas. Con esto me refiero a entrenarlas como se hace con el deporte, la pintura o cualquier otra técnica: ejercitándolas constantemente, de manera regular e intencionada, evaluando el desempeño y observando resultados.

Al igual que en esas otras prácticas, no podemos esperar lograr la perfección en el primer intento. Estamos caminando juntas en un viaje compartido por algo tan profundo como la propia transformación del ser y del mundo. Podemos hacerlo con mucha compasión y empatía por las otras y por nosotras mismas, entendiendo que no es un emprendimiento menor ni sencillo. Es de esperar que tropecemos de vez en cuando. El punto crucial está en aprender de esos momentos para no tropezar demasiadas veces con la misma piedra.

imagenart1 - - Sociocracy For All

Soñamos con “un mundo en el que a nadie se le ignore para la satisfacción de necesidades”. Para lograrlo, hay que ponernos a praxicar: caminar nuestro camino y platicar nuestro camino. Caminar nuestro camino implica un intento por incorporar nuestra visión compartida de que “a nadie se le ignora” en cada uno de nuestros pasos (acciones, decisiones, interacciones) prestando particular atención a los grandes sistemas de opresión establecidos en nuestros contextos y cómo estos se relacionan entre sí.

Platicar nuestro camino, por el otro lado, implica reflexionar sobre nuestro andar: plantearnos constantemente, tanto en lo individual como colectivo, qué tanto estamos verdaderamente construyendo ese mundo más bello que sabemos posible y qué podríamos hacer diferente para acercarnos más a él. Por supuesto, reconocemos de antemano que nuestro recorrido no tiene fin, que somos seres incompletos y que nuestra labor nunca estará del todo acabada.

Sin el momento crucial de pararnos a reflexionar sobre nuestro viaje compartido, no sabremos si estamos caminando en la dirección que queremos, bien podríamos perdernos y errar sin rumbo. Si no ponemos en práctica nuestros principios en el hacer y no traducimos nuestros aprendizajes colectivos en acciones concretas, nuestras conversaciones se convierten en palabra vacía.

Esta noción de praxis se alinea con el planteamiento sociocrático de la retroalimentación constante para la evolución continua. Buscamos dirigirnos conjuntamente en ciclos de retroalimentación cortos, en los que elaboramos un plan, lo ejecutamos, y evaluamos con base en la experiencia empírica para mejorar nuestro próximo plan de acción. Mantener los ciclos de retroalimentación cortos nos permite fallar con menor riesgo, generar mayor adaptabilidad a corto plazo y resiliencia a largo plazo. Integrar la fase de evaluación retrospectiva con la de planeación prospectiva permite incorporar los nuevos aprendizajes en cada iteración del ciclo: dejar que los saberes construidos a lo largo del camino ya recorrido informen nuestro rumbo a futuro.

Lo que da significado a nuestro viaje es el andar en conjunto, el camino compartido. Si no nos estamos moviendo juntas, el camino deja de ser el nuestro. Si nos detenemos por completo, lo que estamos haciendo ya no es caminar. Queremos caminar, pero caminar en conjunto; queremos estar juntas, pero seguir caminando.

Por esto es que vale la pena tomarnos el tiempo de escuchar todas las voces y considerar las necesidades de cada una. Si el propósito de la cooperación humana es la satisfacción de necesidades, escuchar las de cada quien por medio de su viva voz es la manera más efectiva de lograr nuestro cometido.

Si a lo largo del camino nos enfocamos tanto en avanzar que dejamos a alguien atrás, lo que estamos recorriendo deja de ser nuestro camino; le estaríamos fallando al proyecto que nos propusimos conjuntamente como colectividad. Y al mismo tiempo, no podemos pasar todo el camino sentadas en el círculo, porque entonces dejaríamos de estar caminando.

Para viajar en conjunto, hace falta apresurarnos despacio. Queremos llegar a donde nosotras queramos llegar, lo que necesariamente implica llegar juntas.

Y a la vez nos queda tanto por andar. Hay mucho mundo que cambiar todavía, una cantidad de trabajo inconmensurable por hacer, prácticamente infinita. Tampoco es nada fácil ni trivial. Hay subidas empinadas, bajadas resbaladizas, vericuetos rocosos. No es pa’ menos: es la vida misma la que está en juego. La grandiosidad del emprendimiento, la inmensidad del reto que afrontamos, es parte de lo que hace tan digno nuestro camino, parte de lo que le da significado.

Es tanto el camino que nos queda por delante, que vale la pena tomarnoslo con calmada diligencia, con tranquila prisa, con agilidad premeditada.

Si el andar, el avanzar, el caminar, es una fuerza lineal de desplazamiento progresivo, y la colectividad, la comunidad, el “nosotros”, es el círculo, podemos decir que nuestro camino es un espiral. Ambas energías están siempre presentes en todo emprendimiento colectivo, como lo están sintetizadas en el término “socio-cracia”: el kratos; la fuerza, la potencia, el poder, el hacer; y socius; la amistad, el compañerismo, el compartir, el ser en conjunto.

Ambas se encuentran siempre ligadas en la espiral del poder compartido, el espiral de la praxis; un espiral infinito, un devenir común sin principio ni final, que avanza a ritmo propio, como un caracol: a paso lento, pero seguro; a paso seguro, pero avanzando.

Sigamos en movimiento, camaradas. Y vamos con calma, que llevamos prisa.

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