Language: English

Cuidemos el poder, que podemos cuidarnos

Parte II de la serie “Insinuaciones Hacia una Sociocracia de Liberación”

Lee la parte I aquí.

 

“Nadie libera a nadie, ni nadie se libera solo. Las personas se liberan en comunión.” 

– Paulo Freire, Pedagogía del Oprimido

 

Reparemos ahora en otro lado de la dialéctica comunidad-sujeto retratada en la primera entrada de esta serie tripartita. En esta realidad intersubjetiva, el ser escuchada, sentirse escuchada, ser invitada al círculo, tener un turno en la ronda, es equivalente a existir: volverse un sujeto con capacidad de acción, con “agencia”. Si el círculo es el espacio-momento donde tejemos la realidad, tener un turno en la ronda es tener la capacidad de efectuar cambio en esa realidad, ser un “agente”, coautor de tu mundo junto con tus congéneres; en otras palabras, tener poder.

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Más allá de ideologías particulares o juicios que lo valoren en términos de bien y mal, el poder forma parte de nuestra realidad cotidiana. Lo usamos todos los días para lograr nuestras actividades, lo cual permite satisfacer nuestras necesidades; desde las más concretas e inmediatas como comida y agua, hasta algunas más abstractas, pero igual de básicas, como afecto y conexión. Contemplamos el ejercicio sociocrático como un intento de reconfiguración del poder que consiste en su redistribución, así como una redefinición del mismo.

Si lo definimos como “la capacidad de hacer”, El PoderⓇ deja de ser una cosa mistificada, concepto abstracto e intangible que se escribe en mayúsculas, y pasa a ser un verbo bien bonito que se escribe en minúsculas y se conjuga en plural: nosotras podemos.

Visto simplemente como “poder hacer”, el poder siempre está presente en toda circunstancia como potencia, como posibilidad de acción. Con la sociocracia no buscamos deshacernos del poder, sino simplemente comprometernos a compartirlo de manera intencionada para encauzar esa posibilidad hacia la satisfacción de nuestras necesidades. El poder no tiene que desaparecer ni ser borrado, simplemente necesita fluir: llegar a donde tenga que llegar sin mantenerse estancado.

Imaginemos a todos los miembros de un círculo jalando una manta, cada uno en su propia dirección. La idea es mantener la tensión de la manta equilibrada, para que el peso de todas pueda sostener a cada una con el peso de las demás. Todas para una y una para todas. La reciprocidad no es solo entre pares, sino entre el individuo y la colectividad. Para poder compartir el poder de forma equilibrada, algunas personas tenemos que aprender a soltar la manta un poco, a apretarla menos fuerte y dejarla ir, aunque nunca soltarla del todo. Al mismo tiempo y en igual medida, a otras nos corresponde aprender a sujetarla más fuertemente, con mayor responsabilidad y firmeza. Si estamos bien equilibradas, no es necesario que nadie jale, tan solo poner suficiente peso cada una para ayudar a sostenernos entre todas sin que nadie se caiga.

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La connotación negativa que suele tener el poder actualmente es porque muchas de nuestras experiencias con él son en jerarquías de opresores y oprimidas en las cuales no tuvimos voz ni consentimiento, lo cual nos lastima profundamente.

Creemos que la sociocracia puede establecer poder compartido y que esto puede crear las condiciones necesarias para que florezca el empoderamiento. El poder compartido es cultivado por círculos entre pares que toman decisiones por consentimiento como iguales. Empoderamiento quiere decir conectar con el poder – como posibilidad de hacer – que lleva cada una de nosotras en su interior de forma intrínseca: reconocer que somos agentes en nuestra realidad, co-artífices de nuestro mundo, darnos cuenta de ello y sentir verdaderamente que en toda situación tenemos algo de agencia.

Saberse un agente más en ese mundo de poder compartido implica una gran responsabilidad. Podemos corresponsabilizarnos y poner cada quien nuestra agencia al servicio del grupo y del poder compartido, a cultivar ese sentido de empoderamiento en cada una de nuestras compañeras, a hacer que en todo momento cada una nos sintamos seguras de usar la voz, de hablar nuestra verdad libremente, de compartir nuestros sentires con transparencia y de decir que no, es decir, de objetar.

En otras palabras: para florecer, el poder requiere cuidado. Podemos cultivar espacios emocionalmente seguros, que permitan y normalicen la vulnerabilidad, para que en todo momento cada miembro sienta que tiene plena libertad de objetar con certeza de que será abrazada por el Otro y por el círculo.

Cultivar esa confianza no es algo que se consigue de la noche a la mañana: se construye con trabajo a lo largo del tiempo. Y más importantemente, es un quehacer continuo, nunca está del todo terminado. La confianza se puede desplomar con facilidad de un momento a otro; restablecerla, por el otro lado, lleva tiempo e intención encauzada a su cultivo tanto en nuestros espacios compartidos como en cada vínculo que tenemos las unas con las otras.

Por eso decimos que la sociocracia es un sistema de gobernanza tan efectivo como afectivo. No es simplemente que sea efectivo y afectivo a la vez, en simple sumatoria. Sino que será tan efectivo como sea afectivo y viceversa. La idea es construir en conjunto desde el amor y enamorarnos en el proceso de construir en conjunto.

En resumen: amarnos porque podemos.

 

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